jueves, 4 de abril de 2019

Nueva Sala de Lectura Dr. Rafael Grajales Ramos / Museo del Café / 03 de abril del 2019



Siempre será una alegría formar parte de algo que inicia, por ejemplo la Sala de lectura del Museo del Café que lleva el nombre del Dr. Rafael Grajales Ramos, personaje dueño del inmueble, donde vivió aproximadamente veinte años. En 1934 decidió donarlo al Gobierno del Estado de Chiapas para que fuera el Museo de Arqueología e Historia (primer misterio).


La casona, construída en 1913, estaba destinada a ser museo desde su donación. ¿Por qué lo digo? Porque en 1942 cambió de nombre, convirtiéndose en el Museo Regional de Historia (segundo misterio). El INAH lo tiene relacionado en el Catálogo Nacional de Monumentos Inmuebles del Estado de Chiapas. En 2009, siguiendo su destino, se transformó en el Museo del Café (tercer misterio).


Diez años después, y luego de una laboriosa planificación, se dio por fin la posibilidad de asistir a la inauguración de su Sala de Lectura, cargando (YoMeroMaromero) con el enorme compromiso de ser la primera actividad formal de acompañamiento lector. Estamos seguros (Ramón Preocupón, et al) tendrá una buena recepción por parte de sus visitantes. 


¿Y quiénes fueron las víct... digo, las cómplices en esta nueva aventura?  Pues nada más y nada menos que una veintena de alumnas de la Escuela Normal de Educadoras, mujeres jóvenes y entusiastas, el futuro de la educación para los niñas y las niños por venir. Futuros dentro de otros futuros que espero sean más prósperos y más divertidos.


Todos estamos hechos de historias... sí, no me cansaré de repetirlo, porque ahora mismo llevo algunas microhistorias que alimentan esta entrada y amenazo con compartirles otras más. ¡Y vaya que si las muchachas estaban llenas de historias! ¡Hasta el cuento de un primer beso nos chutamos!


Hablamos de la importancia de las historias escuchadas y contadas en nuestra infancia, desde las meramente éticas (fábulas, parábolas, entre otras) hasta las estéticas (todas las otras que no tienen una enseñanza moral dentro de ellas), acompañadas de juegos que permitieran apre(he)nder lo que se nos enseñaba.


El tiempo, tirano, exigía reducir la actividad a una hora exacta, porque de no ser así todas y cada una de ellas se transformarían en ratoncitas, corriendo el riesgo de quedar atrapadas en los meandros del Museo del Café, a la espera de algún flautista para guiarlas hasta su escuela. ¿Y qué hicimos? ¡Pues jugar!


Les conté la historia de Ulíses y el Cíclope, con el kamishibai (ooohhh!), no sin antes decirles que esa "herramienta"" servía para contar historias después de haber vendido dulces a los niños, narrando en ella sucesos de carácter moral. Y no era para menos, porque esa época se remonta al siglo II d. C. allá en el lejano Japón.


Después nos dimos a la tarea de formar nubes con nuestras manos, que luego se transformaron en animales y objetos, que luego se transformaron en paisajes, en escenarios donde se contaron las historias más originales, locochonas y entretenidas, explicando después los alcances de dicha actividad compartida con los pequeñinas y las pequeñinos.


A la velocidad de la luz nos dispusimos a ejercitar otra estrategía, pero en esta ocasión enfocada a la escritura, esa otra mitad tan necesaria. Sin más activamos el Mondongo, que se convirtio en un desmadre pero organizado, corriendo de atrás hacia adelante buscando no repetir palabras, evitando caer en errores ortógraficos o de campo semántico, o lo peor, de no morir en el intento. Una chulada.


Por último reescribimos, entre todos y todas, metáforas para alimentar el tendedero que Claudia (mi pequeña saltamontes) armará en estos días dentro del Museo del Café, tendedero dispuesto de tal manera que los visitantes diarios al museo puedan leer, y si les place, tomar el que más les guste y llevárselo. Refranes reconstruídos por las alumnas de la Escuela de Educadoras.


Dijimos muchas cosas, jugamos bastante, nos reímos más y estoy seguro de que se fueron con el corazón contento y con ganas de volver. ¿Para qué? Para beber un café de altura mientras disfrutan de la lectura que les ofrece la bebida, el aroma, el resabio, el calor tan tuxtleco.


¡Una hora! Sí, sesenta minutos para compartir un cuento y tres estrategias de acompañamiento lector a compañeras educadoras, quienes se hicieron conscientes de que cada una tiene una historia lectora, historia que alimenta nuestro capital cultural y el de los otros (bendita otredad). ¡Una hora! ¡Qué lindo es saltar al vacío!


Agradezco a los amigos y compañeros del Museo del Café, en especial a Norberto, a Clau y al Capitán América (Alex) por las atenciones, por el café, por las fotos y por la fortuna de ser el padrino de ese espacio al que ya le tengo un especial cariño... Por mejores lectoescritores.

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