sábado, 20 de junio de 2015

Don Quijote de La Mancha en el Festival de la Lectura, en San Cristóbal de Las Casas


Hace unos días hicimos el estreno del "mundo mundial" de los Kamishibai elaborados en El Ingenio. Se han construido reciclando material de trabajos anteriores realizados en Germinalia A.C., buscando en quienes participan en la elaboración del kamishibai, construyan no solo el escenario, sino realicen la adaptación de la historia de su elección, la dibujen y coloreen para escenificar en el teatro de papel que ellos mismos construyan.


Y como les contaba, se dio la oportunidad de estrenar un episodio del Quijote de la Mancha el día 17 de junio, en la Sala de Bellas Artes, a un costado de la plaza del Carmen, con un auditorio peculiar: niños de quinto grado, de la escuela primaria Ángel Albino Corzo. Cuarenta niños inquietos y bastante dispuestos a escuchar lo que les iba a contar.

Comencé dándoles la bienvenida a nombre del Festival de la Lectura, y luego dimos inicio preguntando si conocían cuáles eran los derechos del lector. Si bien existen esos dichosos 10 derechos, nadie de ellos los conoce ni por redes sociales ni por testimonio de sus mismos maestros. Pero los niños son geniales porque mucho de lo que construyen en cuanto a conocimiento, es intuitivo. Y bueno, el tema central era el libro, así que por intuición, comenzaron a participar, asociando cuáles eran los derechos que ellos tenían. Derecho a leer lo que les gustaba, a tener libros, a leer de todo, entre otras más, y fui complementando o dando pistas de las cuales se apoyaban para dar rienda suelta a más ideas. Leer en la sala, en el baño, en la calle, en el parque.

Les comenté que también tenían derecho a no leer y que igual sucedía que algunas lecturas no siempre tenían que llegar a ser terminadas, es decir, que si un libro no les agradaba no sucedía absolutamente nada si dejaban a medias esa lectura, y se enfrascaban en otra. Luego analizamos los derechos del libro, y de igual manera hubo opiniones desde cuidarlos, hasta usarlos para emparejar una mesa, pasando por el derecho de los libros a ser leídos, rolados y hasta mutilados si la ocasión lo amerita.
 Luego de eso, hablamos la escritura tal cual la conocemos ahora pero que hace muchos miles de años atrás no existía, sino que se comunicaban con representaciones dibujadas en paredes o piedras, y se complementaban esos dibujos con la historia que narraba alguno de los que conocieran la historia sucedida o pudieran dar testimonio. Eso nos llevó hasta la pequeña caja de color café que estaba sobre la mesa en el escenario. Cuando pregunté si sabían qué era me dijeron que una maleta, o que ah tenía guardado muñecos o títeres.


Les conté que era un kamishibai y que su origen se remontaba a varios siglos atrás, y que servía para entretener a los niños en el Japón, mientras degustaban dulces que vendía el mismo señor que contaba las historias. Les expliqué que esos teatrinos de papel eran en su origen de madera, muy bien adornados, y que se instalaban en la parte atras de la bicicleta, misma que usaban para llegar a cualquier barrio o comunidad.

 Les conté luego la historia de la grande aventura del Quijote de la Mancha y los molinos de viento, de la manera que me imagino se les contaba las historias a los niños. Mi falta de experiencia como cuenta cuentos era una desventaja pero a la vez una oportunidad, por acercarme lo m{as psible a los narradores originales. Entonces, sin más, comencé a relatarles la historia con gesticolaciones y amagos corporales de cada uno de los episodios, haciendo variaciones con la voz, y haciendo también que los niños participaran preguntándoles si sabían el significado de Yelmo, Adarga, o Escudero. La historia fluyó de manera tal que casi alcancé los veinte minutos si darme cuenta.

Los niños respondieron muy bien. Luego realizamos una actividad que nos hizo el año pasado el ilustrador Javier Sáez Castán (creador de El Animalario, el Soñario, entre otros libros geniales), que consistió en recortar con las manos una hoja de papel, dándole una forma irregular (cada niño con una hoja) y una vez hecho ésto, buscar qué forma se revelaba según nuestra imaginación, en esa forma irregular resultante. Hubieron conos de nieve, carros, monstruos, martillos, pelotas, montañas, chanclas, celulares, entre muchas más. Luego los reuní en equipos de cinco, y les pedí juntaran sus dibujos y les dieran una secuencia que permitiera contar una breve historia a los demás.


El resultado fue el esperado. Los niños y su inagotable imaginación contaron historias de fantasmas, guerra, viajes espaciales, un día en el parque, o superhéroes contra villanos. Fue divertido para los niños, a quienes al final se les hizo una breve dinámica recordando de manera sumaria lo que se había platicado esa mañana y se les obsequió revistas, separadores, algunas playeras y gorras con el estampado del Festival de la Lectura, y nos comprometimos (cual chafa político en campaña) de volver el año siguiente con más episodios del Quijote.


El día 18 fue la misma dinámica, pero con niños de primaria y secundaria, logrando una convivencia similar aunque con nuevos retos, como chicos adolescentes, a quienes algunas actividades ya no satisfacen sus inquietudes adolescentes. Fueron más de cuarenta chicos con quienes nos divertimos de lo lindo. Para mi la experiencia fue enorme, porque encontré fortalezas y debilidades en eso de contar una historia en el kamishibai. Esa misma experiencia se las conté a mis compañeros del taller en El Ingenio, porque cada uno de ellos contará la historia que han ilustrado, en su propio teatro de papel.

Por mejores cuentos...

miércoles, 3 de junio de 2015

Para llorar a solas



Uberto Santos / Editorial Public Pervert 2015


Por: Antonio López

Es probable que este redactor peque de chocante y hasta de cursi, pero hoy quiero escribir y decir que conozco a Uberto Santos desde que el tiempo es mi tiempo, cuando me habló con esa lengua de barro desde Chachí, desde las lajas tendidas flotando en el mar terroso hasta aquel libro que hallé, o que me halló, extraviado en casa de un amigo. Antología de Poetas Jóvenes de Chiapas se atravesó en mi vida preparatoriana igual que un huracán atraviesa el paraíso.
Era el año de 1989, año de las primeras armas literarias, y había encontrado un filón cercano, entrañable, de voces que hablaban como alguna vez escuché hablar a mis cercanos en el pueblo, y después en las calles de esta ciudad coneja. Llegó la Facultad de Humanidades y con ella los encuentros de escritores chiapanecos, convocados por la Universidad Autónoma de Chiapas. Como pude, conseguí los ejemplares editados de la memoria de esos encuentros.
Me volví un seguidor de aquellos quienes hablaban y escribían cosas que a mí me decían algo, me conmovían al grado tal de querer escribir, de encontrarme conmigo mismo, “alrededor de mis propias palabras”, dijera Quincho Vázquez. Ese deseo de escribir quizá para intentar dialogar con esos escritores, en ese estado de gracia que es la poesía. Fueron varios los admirados, entre ellos Uberto Santos, de quien nunca dejé de leer, hasta hoy.
Años después conocí personalmente a varios de ellos, y de algunos hasta me jacto de ser amigo. Tengo sus libros en mi casa, y los releo de vez en vez, y sigo admirándome de cómo me hablan, cómo me dicen cosas haciendo saltar mi corazón. De ese libro de la editorial Katún, cito las palabras de Uberto: “a mi madre. Me duele tu voz, tu edad, / desde quién sabe cuándo… Me duele tu silencio de cocina, / tu sombra ya madura… Me dueles desde la costilla que no tengo.”
Uberto Santos en un poeta de tiempo completo. Imagino transpira poesía desde que nació, cuando le toco esta tierra por herencia y la hizo suya bajo el fuego solar allá, en el vuelo incontenible de la tierra: “Estoy / inventando un nuevo latido para que me oigas, /  para que seas la lluvia que no tuvo mi sed.”
Uberto cumple a cabalidad con lo que Vigotsky dice debe cumplir el arte: conmueve, anima, es el poeta un ser humano hablándole a sus semejantes, compartiéndole a la manada el fuego de la palabra como se comparte el pan, la piedra, la mazorca tierna o el dolor. Uberto se anda dando a quien se encuentre en una danza perpetua, porque el poeta no existe en el tiempo, él es el tiempo compartido en una banqueta, afuera de una clínica, en el camino a casa, siempre con la poesía amartillada, lista para detonar en el júbilo de quienes tenemos la fortuna de escucharlo, de saberlo. Afortunados quienes oigan al poeta, porque de todos es. Él lo sabe, lo asume y viaja como el Prometeo que ganará la luz en su edad mística.
Hoy te escribo, Uberto, para llorar a solas pero contigo. Te saludo filípico, alejandrino, y te abrazo desde acá, desde la milpa que sembraste en mi corazón, desde los surcos de mi memoria. Te saludo desde la plebe de alas que asisten para verte labrar el aguacero, desgranar la luz, deshojar el polvo. Concede a quienes no te conocen, Yucundo, aprendan el rumbo de tu voz.
Desde la dura sombra celebro este libro editado por Public Pervert, y te comparto estas palabras que bien podrías decirlas tú: “Mía es la voz antigua de la Tierra / tú me dejas desnudo y errante por el mundo / más yo te dejo mudo ¡Mudo! / ¿Y quién va a recoger el trigo, y a alimentar el fuego / si yo me llevo la canción?”
Uberto… poeta… amigo… Gracias por la Luz.