lunes, 7 de enero de 2019

Lorenzo Lunar / Que en vez de infierno encuentres gloria / PNSL


Una noche caminando de regreso a casa vi a la distancia a una niña orinarse frente a mi puerta. La nena era parte de un grupo de chicos de la cuadra (que también me habian visto). Apenas llegué uno de ellos dijo: "Yo no fui", luego acusó a la niña, mientras que el resto enmudecía. Entonces le dije al acusador que eso no se hacía, que entre los compas de la cuadra había que apoyarse, no delatarse; que debían de ser uno solo: Barrio, para bien o para mal. Quizá el sermón fue incompleto, pero sucede que en mi memoria el Barrio es un recuerdo vivo de amigos, prostitutas, borrachos, brujas, entre muchos otros; donde se sabía todo... y nada.

Recuerdo a una vecina que en la oscuridad de la noche prendía velas y, semidesnuda, hablaba mientras pasaba sobre su cabeza trozos de papel que luego ardía con la llama. El fuego revelaba sus enormes chichis en el espejo, que mirábamos el Negro y yo fumando Raleigh, ocultos entre los tinacos. De día la bruja era una señora bonachona y educada que nos daba agua cuando jugábamos fucho, y propina por hacerle los mandados. El Barrio, hoy, es un animal que agoniza.
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Dice la contraportada: El Barrio es un monstruo: te machuca, te educa, te empuja, te arrastra, te levanta, te tira en el suelo y te pisotea. El Barrio te hace hombre o un traste. Y uno no tiene nada más remedio que dejar que El Barrio haga su trabajo. En El Barrio todo el mundo sabe todo sobre los demás. Y hasta lo que no se puede saber se sabe, pero no se dice. En El Barrio no hay una noche que no se pueda dormir tranquilo. Es un monstruo que te tiene atrapado. Un monstruo que amas y que no estás dispuesto a abandonar. Porque te has acostumbrado a él. Porque todo eso es normal en El Barrio.

Pero si una madrugada todo ha estado tranquilo porque no es fin de semana, no hay ron en los bares y para colmo hace un frío que pela, y sientes que llaman a la puerta, con un toque duro, nervioso e insistente, entonces puedes estar seguro de que algo grave ha pasado.

Y eso es lo que sucede a Leo Martín, un joven policía que acaba de ser ascendido a Jefe de Sector en el mismo lugar donde nació y creció junto con marginales, borrachines, prostitutas, traficantes y humildes trabajadores. Todos inmersos en un bajo mundo donde circulan ron de fabricación casera, carne del mercado negro y estupefacientes. Un Barrio que -como el mismo dice- "le ronca los cojones vivir".

Lorenzo Lunar
Lorenzo Lunar (Cuba, 1958) nació en un barrio marginal de Santa Clara, en ese mismo barrio donde ya situó las dos primeras novelas de la saga de Leo Martín, Que en vez de infierno encuentres gloria (Zoela, 2003) y La vida es un tango (Almuzara, 2005), que viene ahora completada ahora con esta tercera entrega, Usted es la culpable. Ha publicado otras novelas dentro y fuera de Cuba: Échame a mí la culpa (1999), Cuesta abajo (2002), De dos pingües (2004) y Polvo en el viento (Premio Novela Plaza Mayor, Puerto Rico, 2005). Es, además, un excelente cultor del relato breve, lo que le ha valido para conquistar en tres ocasiones el Premio de Relatos de la Semana Negra de Gijón (1999, 2001 y 2005), y otros importantes lauros en concursos de primera línea. Primera entrega de la serie Leo Martín, Que en vez de infierno encuentres gloria, se llevó de un solo golpe el II Premio Novelpol, el I Premio Brigada 21 a la mejor novela en castellano publicada en 2003 y una mención especial del Jurado del Premio Internacional Dashiell Hammet (Semana Negra, Gijón, 2004). Fue traducida al alemán en 2005. Considerado, junto a su compatriota Amir Valle, el mayor exponente de los «novísimos» de la novela negra cubana, Lorenzo Lunar asimismo dirige la revista Fantoches, dedicada a la literatura negra y policial en América Latina. También es aficionado a los boleros, debe ser esa la razón por la que la mayoría de sus obras llevan títulos de piezas musicales. Y dicen que le gusta el rap, y que lo canta. Hasta lo dice su alter ego, Leo Martín, señalando en un bar a ese gordo ridículo «con mechas rojas teñidas en su barba blanca y descuidada», un tal Lorenzo Lunar, mientras canta un estribillo al que todos hacen coro: «Oye, mami, mira mi figura, yo soy el rapero de la literatura».

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