viernes, 7 de diciembre de 2018

Diego Mejía Eguiluz / ¡Primera caída! El Enmascarado de Terciopelo.



Esta lectura ha sido divertidísima. ¿Cómo llegó a mis manos? Pues sucede que Ray Zopilote me habló del Enmascarado de Terciopelo, y prometió prestarme la historia en la primera oportunidad, la cual aconteció el pasado miércoles, cinco de diciembre. Disfruté un chorro y dos montones el libro, y luego luego decidí que se lo prestaría a mi querido amigo y luchador, el Haragán Ramírez, porque es casi lo mismo que el vivió cuando decidió inclinarse por las bondades del Pancracio, pero al revés. Aclaro que Pancracio no es una persona (aunque hay quienes llevan ese apelativo a cuestas) sino el lugar donde se realizan las luchas entre rudos y técnicos; el ring pué. Les decía que una vez disfrutada la emocionante historia del Conde de Terciopelo, se lo rolé al Haragán, quien se quedó encantado desde la portada, y luego, ni tardo ni perezoso, devoró el libro en una caída. Cuando lo trajo de vuelta, me dijo: Estimado, gracias por la lectura, dile al Zopi que existe un segundo tomo titulado: "Muerde el polvo". Otra cosa, me atreví a escribir algo que espero te agrade lo suficiente, y lo publiques en tu blog. Nos vemos luego. Acto seguido se marchó, perdiéndose entre las destruidas calles de la ciudad coneja. ¿Quieren leer lo que escribió mi amigo? Acá el texto, tal cual me lo entregó:



Chiapa de Corzo
Siete de diciembre del 2018

Estimado amigo Montaña, igual que el Conde de Terciopelo, yo también me enamoré de las luchas, tanto, que desde chamaquito quise ser un ídolo de los encordados. Tuve un entrenador exigente, con la diferencia de que él no había luchado más que por la vida. Nos entrenaba duro. A mi no me gustaba porque no había día que no me doliera algo. Mientras me sobaba y me untaba pomada para el dolor, me preguntaba ¿Y la fama? ¿Y las películas que haría igual a las del Santo? ¿Y las legiones de admiradoras? ¿Y las planillas donde la estampita más deseada fuera la mía? No hubo nada de eso. Una mañana decidí faltar al gimnasio, refugiándome donde supuse nadie, pero nadie, me encontraría: la biblioteca. Por si las moscas entré enmascarado. Al principio estaba perdido, hasta que una chica llegó a rescatarme. Ella me enseñó cómo buscar en el fichero, y de a poco me fui adentrando en ese otro cuadrilátero que es la lectura. Entrenaba poco y leía de todo (siempre enmascarado). Era otro mi nombre de luchador, del cual no quiero acordarme, porque me rebautizaron como El Haragán, ¡y cómo no, si casi ni entrenaba! Me la pasaba lee que lee.


A diferencia del Enmascarado de Terciopelo, de quien los cronistas deportivos han hablado maravillas, de mi no hubo reseña alguna. Estaba tan clavado en la lectura que, sin darme cuenta, se me fue llenando la sesera de personajes e historias, hasta  que un buen día comenzaron a pelearse dentro de mi cabeza, cual luchadores, exigiendo salir. Así fue que de la lectura pasé a la escritura (igual, enmascarado). De eso resultó el librito que te regalé hace poco, y que ahora se encuentra en manos de varios alumnos y alumnas de secu, prepa y uni. No me comparo con el Conde de Terciopelo, no hay manera, porque él es un ídolo, el más grande de los rudos. Yo no tuve un papá luchador (como el Conde), tampoco un papá lector o escritor. No tuve más influencia que la libertad. Pienso ahora que me parezco también al Exterminador, el nombre de luchador que usó el papá del Conde (su mayor inspiración), porque tengo a mi MiniMi, a quien un día le preguntaron en el salón de clases a qué se dedicaba su papá, y él no dudó en contestar: se dedica a leer y a escribir. ¡Eso ni es trabajo! dijo uno de su salón, pero a él no le importó.


Disculpa lo extenso del escrito, igual puedes editarlo o citar fragmentos, es sólo que el libro del Enmascarado de Terciopelo me alborotó algunos de los muchos fantasmas que me habitan. Tú mejor que nadie sabe lo que yo he luchado, yendo a distintas geografías fomentando la lectura. Aún no me agoto, y aunque esto parece interminable lo hago con pasión, y ahora lo haré con mucha más enjundia, contando de la vida del Conde de Terciopelo, y también seré más rudo contra aquellos que se encargan de denostar la importancia de leer y de escribir. La palabra es un derecho, y como tal debemos de exigir su uso en forma de historias en los salones, al inicio del día de clases (todos los días), en las casas, en donde sea. Jugar con las palabras, pelearse con ellas a dos de tres caídas, sin límite de textos. Escucharlas, probarlas, tocarlas, respirarlas, mirarlas, armarlas y desarmarlas las veces que sean convocadas. La lectura no es exclusiva de algunos, menos la escritura. Ambas son inclusivas, nos pertenecen a todos. En lo personal sé que ambas cosas aún las hago de manera deficiente, pero las hago con gusto y porque se me da la regalada gana. Gracias por prestarme esta ¡Primera caída!, estimado amigo Montaña. Pronto iré por la segunda, y lo compartiré de la misma manera que don Zopilote y tú lo hicieron conmigo. 

Los abraza con admiración, 

El Haragán. 
 
Dice la contraportada: Desde su debut, el Conde de Terciopelo se ha empeñado en demostrar que no hay luchador más rudo que él. El ring no es un lugar para débiles, el chiste es apabullar a todos para llegar al estrellato. Pero la verdad, el conde es de naturaleza sensible, y su carrera podría irse a pique por eso. Lo que pasa es que desde chiquito le enseñaron a aguantarse como los machos y cosas por el estilo. Últimamente le afecta lo que la gente piense de él, su enemigo acérrimo le hace burla y, para colmo de males, la niña que entrena a su rival ha descubierto su punto débil y está maquinando un malévolo plan contra él.



Diego Mejía Eguiluz


Diego Mejía Eguiluz no recuerda cuándo nació, pues era un bebé. Ha sido periodista deportivo, asistente de producción tanto en teatro como en televisión, guionista de un programa cómico, comentarista radiofónico de lucha libre y desde hace veinte años se dedica a la edición de libros infantiles y para adolescentes. Ha escrito de lucha libre para las revistas Box y Lucha y The Gladiatores. Es autor del libro infantil Una aventura patológica (publicado en México por editorial Porrúa y en Uruguay por la editorial Sudamericana). Otros libros: ¡Primera caída! (El enmascarado de terciopelo 1), Muerde el polvo (El enmascarado de terciopelo 2), México y el beisbol.

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