domingo, 20 de marzo de 2016

Viernes Culturales en la SEF


Abro plaza con ésta chulada que me regaló un compañero de plática, el pasado viernes 18 de marzo, en alguna oficina de la burocracia educativa en Tuxtla Gutiérrez. No se juzgue su estética, sino su arrojo.


Amigo Hugo Montaño:

Tú eres un inspirador de la palabra
como amigo de las letras,
tu voz cultural nos incita a crear
y la lectura y escritura eso implica.

Tú eres gran hazaña que mueve
y todos tenemos grandes hazañas
que entre menos contamos,
más nos olvidamos,
y nos lo llevamos
como grandes egoístas
a nuestras tumbas.

Escribir es gritar al mundo
que existo, que estoy siendo,
que me he hecho, que existo.

No escribir es esa página blanca
en la que otros escriben
y deciden por mí.

Sigue adelante, caminante de la luz.

FARELO



Hace tiempo que estaba en la agenda la visita a la Secretaría de Educación Federal (algo así). No tenía el gusto de conocer por dentro el edificio, y bueno, uno nunca deja de conocer ni de aprender. Llegué por una invitación de Fernando Trejo, quien guía el Departamento de Servicios Culturales de la Secretaría de Educación, para platicar con personal que labora en las oficinas. ¿Y de qué iba a platicar? Pues de Hugo Montaño en su fase de "burrócrata" empedernido, y de cómo se puede hacer lo que a uno le gusta, sin morir en el intento, o dicho de otra manera: sin ser transformado en un zombi por el vudú de la burocracia.


Hablar de mí me cuesta un poco, al principio, pero luego se me calienta el hocico y me sigo de largo, tanto, que iba por una hora, y terminé hablando media hora más. Les conté de mis gustos por cuestiones artísticas, y de cómo esos gustos me habían llevado hasta ellos, sentado en una oficina que parecía ser una sala de juntas, donde de seguro se hablaba de cualquier tema, menos de lo que le gusta a cada uno de ellos. Les hablé de escribir cuentos, testimoniar de alguna manera cómo se pasa la vida delante de nuestros ojos, y sin que me lo preguntaran, les comenté que la única regla que debía de tener un cuento, era la de tener la posibilidad de ser contado por cualquiera, no solo por su autor. Y entonces decidí contarles "El libro de los justos". Lo conté, no lo leí, aunque ese cuento aparece en Billie Jean (ejemplar que doné para la biblioteca que los compañeros están formando con ejemplares de otros escribidores que han llegado a visitarlos, y que los seguirán visitando durante el año), y creo que nos divertimos un rato, y reflexionamos (nos flexionamos una y otra vez, jejejeje) sobre la triste suerte que corren los ancianos en la actualidad, luego de ser abandonados por sus familiares en algún asilo.


Hablé de los alcances de la tecnología, de cómo gracias a ella mis cuentos han viajado a lugares remotos, o al menos a lugares donde nunca imaginé estarían mis cuentos cortos, siendo leídos e impresos en revistas de América Latina, antes de aparecer en mi ciudad, en formato de libro impreso. Creo que fue la mirada de Zapata (detrás de mí) la que fue atizando mi lado zurdo, y hablé también del gran problema que era una escuela hoy en día para  el aprendizaje (ah burro, yo en las entrañas de la SEF hablando mal de las escuelas!). Les conté de una experiencia reciente, a inicios de mes, de mi visita a una escuela Normal, donde le pedí a una treintena de maestros, repitiera conmigo la frase: "Quiero jugar", pero con voz de oso (fracasa uno igual con voz de hormiga, abeja, lobo, entre otros). Esa treintena de maestros no hizo lo que les pedí quizá porque no tenían ganas, les valía madre la dinámica, temían al ridículo, entre otros supuestos. Luego de pedirles por tercera vez que hicieran lo que les pedía, desde el fondo del salón, un maestro se levantó y comenzó a gesticular y a moverse como imitando a un oso. Sin reírme, le pregunté qué era lo que hacía. Estoy haciendo como un oso, me contestó. Yo, divertido, le precisé que había pedido "hablaran" como un oso, no que se "movieran" como tal. Entonces él, con la seguridad que le dan los años de servicio en el apostolado del magisterio, respondió: Los osos no hablan.


Los demás maestros se voltearon a verme y dijeron que era verdad. Los osos no hablaban. ¡Carajo!, pensé. Por eso los alumnos de éstos maestros no tienen ganas de acercarse a la lectura. No hay quién los motive en el medio de esa lógica demencial. Así como los hijos son el reflejo de sus padres, los alumnos son el reflejo de sus maestros. Coincidimos en eso con los compañeros que escuchaban mi testimonio (apenas y los dejé hablar, lo reconozco, pero es que uno se calienta con esas barbaridades), y digo que coincidían conmigo, porque con la cabeza apoyaban mi choro mareador. Somos lo que leemos, y si no leemos entonces, ¿qué somos? ¿quién somos? ¿cómo somos?. No necesariamente se leen libros, se leen películas, obras de arte, miradas, gestos, sonidos, olores, lo que sea. Después hicimos un pequeño ejercicio para demostrarles cómo esa lógica demencial arriba mencionada, nos alcanzaba de alguna manera a todos. Dibujamos un "ratón - lápiz" (escena prestada de un taller impartido por el gran maestro y escritor, originario de Calkini: Ramón Iván Suárez Caamal. Cada uno dibujó lo solicitado, y descubrimos de propia mano, que entre más adultos y más burócratas, menos creativos somos. No lo dije en tono de regaño sino en tono conciliador, que de verdad reflexionaran sobre esa aseveración. Me hubiera gustado estar con ellos un par de horas más, y hacer un pequeño taller para despertar de nuevo a ese niño que todos llevamos dentro.

Por cuestiones de tiempo no fue posible, así que espero algún día volver, y convivir de manera más integral con ellos. Lo que me queda claro es que hay en cada uno de nosotros un artista en potencia, y eso lo demuestra uno de los compañeros quien escribió el texto que abre esta publicación.

Por mejores oficios...

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