jueves, 22 de agosto de 2019

Toño (o el moderno Sísifo)


Aquel primero de enero Toño despertó con unas ganas enormes de mover el mundo. Apenas y podía contener el deseo por levantarse y salir en busca del punto exacto donde comenzar el envión. Se dio el tiempo para tomar la decisión de no contarle a nadie del movimiento perpetuo que lo invadía, menos sobre la posibilidad de aquel avance que se antojaba imparable, balístico, mítico... esdrújulo.

Imaginó que ese empuje venido de quién sabe dónde no era algo exclusivo, igual y otros habían amanecido con las mismas ganas de mover el mundo -hasta ese instante -, detenido. Pero en poco tiempo, el ímpetu de Toño por cambiar el paisaje lo llevó a cometer un error, desatando la ira del dios Oficíneo. 

La suerte estaba echada.



El famélico dios lo condenó a empujar no el mundo, sino un conjunto de trámites igual o más pesados que una roca. Sus ganas por encontrar el punto de apoyo, tan necesario, le hizo creer que superaría la condena y, sin chistar, cargó un día entero el "tramirocoso" conjunto hasta su epílogo. Al día siguiente despertó con las ganas prístinas, encontrándose de nuevo con la obtusa "tramiroca" que lo esperaba, imperturbable, para ser llevada de nueva cuenta hasta la cima. 

En vez de agüitarse, Toño se vio invadido por esas ganas irrenunciables de cargar la pesada condena. No podía negarse, el deseo por empujar el mundo era más fuerte que él.


Sucedió entonces que por la mañana cargaba el "tramirocoso" bulto, dormía con el ocaso y, al día siguiente, se repetía la escena de un réprobo Toño cada vez más agotado mental y físicamente, pero con el deseo intacto por mover el mundo. 

Muchos fueron los días y muchos los epílogos, tantos, que durante el transcurso de los mismos le fue sucediendo lo que al personaje del Diario de un loco; no el del libro de Gógol, sino del de Lu Xun, quien transitara de la demencia a la razón. 

A escasos días de cumplir el periplo doscientos, Toño descubrió que el "tramirocoso" armatoste no era otra cosa que la suma de todas las condenas liberadas por el confundido dios Oficíneo. ¿Cuántos "Toños" había repitiendo el mismo día y la misma condena?



Toño pudo observar, mientras cargaba por enésima vez la condena del día, que el dios ignoto se hallaba confundido, atrapado entre el estar y el ir. También miró que los demás, Sísifos modernos, a diario arrojaban sus respectivas "tramirocas" sobre los otros, sin ningún empacho ni remordimiento.

Eran remedos de Sísifos, sin alma ni pasión. Individuos con un rencor acumulado de siglos, soberbios, llenos de ocurrencias; seres condenados a la ambición más ordinaria que los tenía extraviados en la oscura noche de la ignorancia. ¿Qué hacer? ¿Qué decir?

Toño estaba por descubrir el punto de apoyo para mover el mundo, su mundo... otro. Algo en su interior le decía que era urgente, porque era para la eternidad.



4 comentarios: