Dicen que el asesino siempre regresa al lugar del crimen. Algo similar a lo vivido hoy sucedió varios años atrás, invitado por mi amigo Jorge Escobar, a quien acuso enteramente de ser el culpable de que esté metido hasta el cuello en el ingrato negocio de cazar lectores. El escenario es el mismo, el Teatro de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, en Ciudad Universitaria. En esa ocasión compartí el escenario con mi amigo Ray Zopilote.
Me acompañó mi padrino Juventino Sánchez Vera, el editor con más fe que conozco en la comarca y sus alrededores. Fue (y lo sigue siendo) el cupable (junto con Luis Daniel Pulido y Almada Broders) de la publicación de Billie Jean no es mi amante, que ha gozado de una vida saludable, si bien nada extraordinaria, al menos apacible, desde aquel lejano abril de 2012 (Abril, vientre de tristes flores. Si la ves, entrégale mi carta. Dile que vuelva con el viento de agosto… Chano Dixit).
“Tienen veinte minutos”, nos dijo nuestra querida anfitriona. ¿Qué se puede hacer con veinte minutos de impunidad, ante un auditorio de más de cuatrocientas almas? En menos tiempo cayeron imperios, secuestraron a estudiantes y los desaparecieron. En menos tiempo un cohete alcanza la estratósfera y también se puede perder a una mujer. Ahi estabámos nosotros con el tiempo en nuestras manos para atrapar a un lector. No cientos: uno.
Mi padrino abrió plaza hablando de la editorial que patrocina los cuentos ultracortos de YoMeroMaromero, de lo feliz que ha sido elaborando cada uno de ellos, y que había decidido establecer un precio especial para venderlos, compitiendo al tú por tú contra las marcas cerveceras nacionales y extranjeras. Plantándole cara a las tabacaleras, y próximamente a la mariguana, porque mi padrino es así, de arranque. ¡Treinta y cinco pesos! Y lo más osado: tres ejemplares por cien pesos. ¡Tómala, caguamón! ¡Tómala, cigarro de sabores!
No hubo más que aprovechar para decirles que si no leen se los va a chupar el sistema. Que leer les abonaba a su capital cultural. Que leer les daba la posibilidad no de tomar el poder, sino de responderle al poder, de argumentar y de hacer escuchar sus voces. Que leer y escribir (usar las palabras) quizá no los volvería unos artistas, pero de seguro les evitaría ser esclavos. Que nosotros somos lo que leemos, no sólo en los libros, también en esas otras lecturas halladas mientras vivimos, mientras nuestros sentidos experimentan y resignifican lo que nos rodea.
Por supuesto que nos reímos, pero también sé que cada uno se llevó algo, en esos veinte minutos de impunidad a mansalva, incluídos mi padrino Juve y YoMeroMaromero. Porque somos seres cambiantes, porque estamos hechos de historias, porque antes de llegar a encontrarnos anduvímos buscándonos. Porque el asesino siempre vuelve al lugar del crimen y yo regresé, encantado, para subir a la cresta de la ola y surfear, terco... feliz.
Lo demás fue lo de menos. La impunidad de firmar libritos de Dos a tres caídas sin límite de tiempo, la impunidad también de firmar los libros de otros como si fueran míos (de Héctor y Chincho) mientras respondía preguntas honestas, bondadosas, agradeciendo el aguante de los muchachos porque tuvieron un par de minutos para huir de nosotros y no lo hicieron, por interés o por morbo, vayan ustedes a saber.
Terminamos exactos los veinte minutos. El tiempo de la firmadera fue otro (bendita impunidad). Al final sólo quedó el eco de nuestras miradas en el teatro, vacío de cuerpos, pero lleno de esperanzas. Salimos mi padrino y yo por una de las puertas laterales, extasiados. Nos pareció que habían transcurrido horas dentro, pero no. El tiempo y el espacio jugando otro de sus malos ratos.
Dicen que hay vídeo en el feis, pero ni me consta porque no uso. Mi padrino Fausto pegó un enlace del mentado vídeo en tuiter. Otros buenos amigos me enviaron fotos de lo acontecido, contentos por mí, que a esas horas ya me encontraba lejos de la cresta de la ola… lejos del mar. ¿Volveremos? No lo sabemos. Lo que sí sé, es que estuve, estoy y estaré eternamente agradecido con Jorge Escobar por su empuje, por su paciencia conmigo, porque sin esa energía yo estaría quién sabe dónde, quién sabe en qué.
El Hugo de incógnito |
Mi padrino y YoMeroMaromero, extraviados pero con un chingo de fe. |
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