Abro esta crónica con la fotografía de Emiliano Zapata Salazar, el pecho cruzado por dos cananas repletas de balas y una banda que imagino en colores verde, blanco y rojo. El cañón del rifle traza una línea hacia abajo, hasta la punta de la bota izquierda. Me jode la espada... ¿Por qué no un machete? Sospecho del fotógrafo y celebro a los colados que me ven y que veo, mientras Zapata nos ignora.
El diez de abril de 1919 fue emboscado en una hacienda, en Chinameca. Dicen que mas de veinte balas de escopeta derribaron al mito. Dicen que no murió, que era otro porque el rostro ensangrentado no tenía el pronunciado lunar arriba del bigote, del lado derecho. Dicen que vive, que la lucha sigue, que los mitos no mueren, que los mitos son como la mirada de Miliano... eternos.
Ayer diez de abril de 2019 se cumplieron cien años de aquella estampida de escopetas reducidas a un segundo, a un tronido de más de cien estudiantos y estudiantas de la Telesecundaria 121 "Romeo Rincón Castillejos", hasta donde llegué invitado por mi querido amigo Federico Herrera Carbajal, mi bankil, hermano con quien comparto historias de vida variopintas.
Llegamos directo hasta el escenario repleto de palabras, donde me dispuse gustoso a compartir mi corazón con los más de cien corazones reunidos esa mañana. Les dije de mis muchos nombres, de mis muchas historias, de mis muchas ilusiones cada vez que comparto esos espacios imaginantes. ¿Para qué sirve leer? Se dice que para nada y para todo.
Dos chicos nos contaron una historia de la cotidianeidad, y después YoMeroMaromero conté dos historias más con los kamishibai que me acompañan desde hace algunos años. Compartí la historia del Cíclope y Nadie, aquel que venía de ninguna parte, además de la historia del caballero de la triste figura y los molinos de viento, junto al futuro gobernador de Barataria, acompañados ambos de Rocinante y Rucio.
Después nos dispusimos a entregar sendas revistas de ciencia, antropología, literatura y de viajes por México, cortesía del licenciado Ramón Martínez Mancilla, responsable de la Oficina de Fomento a la Lectura y la Escritura de la Red Estatal de Bibliotecas Públicas. ¡A burro! Título igual de largo que el capítulo aquel del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación.
¿Y cómo entregar cuarenta revistas a más de cien asistentes? Acá debo decir que saltar al vacío tiene estas linduras, actos de equilibrio que hice desde que me hallé frente a los chavas y las chavos de la telesecundaria 121. Pues bien, resolvimos la entrega... jugando. ¡No es una maravilla! Jugar ha sido la adarga bajo el brazo de quienes hacemos acompañamiento lectoescritor... igual me equivoco.
Jugamos a escribir, a poner al frente nuestro capital cultural escribiendo un tropel de palabras con el inigualable ¡Mondongo! Y así fue, tres equipos de cinco filas con siete corazones cada una, escribiendo y aprendiendo jugando (en lo personal son de los desmadres organizados que más me gustan), con una aguerrida lucha de palabras, de argumentos y de pretextos.
Tropezaron con las faltas de ortografía, las reiteraciones, las confusiones en el uso de las letras b y v, s y z, las letras desaparecidas, entre otras maravillas. Y eso no está mal, mucho de esos errores son por la falta de atención, de lecturas, de construcción de ideas. Lo bueno es que están en la escuela, y a la escuela también se va a equivocarse, para re-aprender.
En resumen estuve feliz. ¿Ya les dije que la felicidad es igual a la cresta de una ola? Hay que tomarla cuando viene, subirse en ella y disfrutar del paisaje y del breve instante de duración antes de que descienda. ¿Ya les dije que tarda bastante para que se forme de nuevo la cresta ideal, la que nos deje de nuevo escalarla hasta casi creer que la dominamos, aunque sea ella quien nos domine? ¿No? Pues ya se los dije.
Les dejo el resto de las fotos que comenzamos medio formales y terminamos a destajo, disfrutando del momento, de la cresta de la ola antes de extinguirse. Agradezco a mi carnaval Federico Herrera Carvajal, compañero de viaje y de asombros sobre esta roca repleta de agua, quien tuvo la molestia de tomarnos en cuenta y de confiarnos (a Ramón y a Yo MeroMaromero) este multitudinario salto al vacío.
Salto al vacío sucedido el mismo día en que se cumplieron cien años de la muerte de Emiliano Zapata, el mismo día del resto de nuestras vidas con el multitudinario asombro de la primera imagen de un "agujero negro", captura similar a la de un fantasma. Ahora sólo falta la foto irrefutable de Pie Grande, la de un alienígena, la del monstruo del lago Ness o la de Juan Gabriel, saludándonos desde una lancha en Acapulco.
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