Llegué al salón de posgrado (edificio E, aula 2) con más dudas que certezas. La primera vez que estuve en la EPCLE, fue para compartir estrategias de fomento a la lectura, que se sumaran al andamiaje de los estudiantes y formaran parte de las posibilidades estratégicas para pulir sus trabajos de tesis. Fue una primera vez gratificante, sensación que se fue diluyendo conforme las generaciones de la especialidad avanzaban.
Ese desinfle en mi ánimo sembró la duda en mi corazón. Opté por retirarme. Sentí que no estaba a la altura de las circunstancias de la especialidad, porque pensé que la metodología era la correcta, y porque imaginé a los aspirantes con las ideas claras. Pronto me di cuenta de que las prioridades eran otras, y no necesariamente los procesos, ese conjunto de posibilidades para transformar la realidad de la lectura y de la escritura.
Hoy recordé eso, y se los comenté, y también les dije que había vuelto porque era un compromiso mío, una bronca interna por sumar otras posibilidades que lograran despertar en ellos el poder innegable de la imaginación, de la creatividad y sobre todo del juego. El divertirse, el ilusionarse con algo tan necesario como enseñar a otros el derecho que tienen a la palabra oral y escrita, herramientas necesarias para cambiar nuestra realidad.
Nos pusimos a recordar de dónde venimos, desde aquella mota de polvo que luego se transformó en huevos, flores, sandías, rocas, estrellas, entre otros recuerdos. Tratamos de recordar cuál fue la primera palabra pronunciada por quienes aparecieron antes, y nos dieron la palabra como herencia, que hemos transformado durante miles de años. En el principio, en el cerca y el junto, estábamos todos. Después nos dispersamos y perdimos conciencia de quiénes fuimos: partes elementales de un proceso protéico.
Resultó que la imaginación, en una generalidad, estaba medio oxidada. ¿Cómo detonarla? ¿Cómo recuperar de verdad ese proceso que ha hecho lo que ahora vemos, sin juzgar bueno o malo? Estamos hechos de historias, y eso no es solo una frase de feisbuc (del que me fui para no volver). Nos preguntamos ¿Cómo nacen las historias? Les conté un poco de Gianni Rodari (el pedagogo de la imaginación), y su Gramática de la Fantasía.
Pregunté por los títulos de los trabajos que supongo ya están en curso, cinchados por la metodología necesaria, pero algo extraviados en la realidad particular del objeto de estudio. Un alto porcentaje tiene en su tema la palabra Lectura y Escritura. ¿Y qué es lectura? ¿Y qué es escritura? ¿Qué se lee? ¿Cómo se lee? ¿Cuántas maneras existen de leer? Y si escribo, ¿para qué, de qué, por qué? Rodari dice: "El uso total de la palabra para todos... No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo. Quizá transformar sea más una cuestión de "acto mágico", que la cosa en sí.
En mi caso particularísimo, el fomento lectoescritor me exige valerme de las técnicas de la magia, enseñando el número, el artificio escénico que te distraerá, permitiendo realizar los pases mágicos que consumarán el truco (que no verás), logrando (la mayoría de las veces) el fin de mi osadía: sorprenderte. Ese asombro se registra como algo especial, ameno, significando algo en el interior de quien lo vive. Eso y muchas cosas más suman a nuestro capital cultural.
¿Y cómo saberlo, si no lo vivimos? Entonces decidimos descubrir algunas nubes en hojas de papel, donde se revelaron delfines, fantasmas, helados, flores, unicornios, entre otras cosas más. Después esos elementos fueron parte de una historia, que por supuesto nos contamos. Con ese ejercicio descubrí que no todos están en la misma frecuencia. Hay los que contaron sin matices, sin ganas, o a lo mejor esas son todas las ganas y matices que pueden brindar a la hora de compartir un cuento novísimo.
En una historia puede suceder TODO, es cuestión de desbordar la imaginación, de saltar al vacío, pero no sucedió tal cual en algunos relatos, aunque en otros el esfuerzo fue bastante generoso (casi me enamoro). ¿Cuál es el motivo de lo disparejo en las historias contadas? Que ellos realmente no se conocen entre sí. Y eso es importante. ¿Por qué no se conocen? Ellos tienen la respuesta. Y no es que me diera cuenta antes, sino que hasta ahora lo mencioné. Un personaje entrañable dijo alguna vez: "nadie es nadie solo" (son más de 22 los tripulantes de la nave EPCLE-2018, y no se conocen).
No quise dejar para después lo que podía suceder en ese momento, y nos pusimos a socializar teniendo como pretexto libros ilustrados, la mayoría infantiles y juveniles. Creo que funcionó mejor, porque no solo convivieron entre ellos, sino que confesaron coincidencias extrañas entre lo elegido por otros, y recuerdos de la infancia. ¿De qué estamos hechos? ¡De historias! Y por supuesto que hallaremos algunas con las que nos identificaremos.
Ya estábamos relajados, y no nos quedó más camino que subir un gradiente a la convivencia... ¡cantando! Lo que yo experimenté el pasado domingo 12 de agosto con chicos, y que fue un acto mágico con un montaje determinado sin que vieran el truco, resultó en actitudes positivas con la aceptación de los libros como objeto de interés. Ejecuté PROCESOS que están transformando, de a poco, a niños sobre los que pesan prejuicios equivocados. Acá fue más o menos lo mismo. Tuvo otro camino, igual de gratificante.
Leyeron, cantaron, escribieron, se divirtieron y rieron con verdaderas ganas. Un desmadre bastante organizado, jejeje. Pero bien sé que una golondrina no hace verano (benditas metáforas). Para que los PROCESOS lleguen a buen puerto, hay que continuar con la transformación, cosa casi imposible para mi. Insisto, debemos definir menos y actuar más, debemos hacer de la lectura y la escritura un ejercicio, más que un concepto. La mejor manera de decir es hacer.
No lo mencioné, pero en ningún momento de las tres horas que compartimos, pregunté qué profesión o actividad tiene cada uno de ellos, porque la verdad a la hora de "estar en el ajo" del fomento lectoescritor, no sirve de mucho. Viene un foro sobre la EPCLE, a la que estoy invitado. Me dice Gaby que ahora se debe de trabajar con niños (¿in situ?), y no se me ocurre otra cosa que lo dicho hoy por la tarde: "No se olviden de jugar, de divertirse". Hay que disfrutar para contagiar.
La EPCLE cumplirá diez años, y es motivo de fiesta, pero también de reflexión. Momento de analizar y valorar si necesitan divertirse más, no solo los alumnos, sino también los maestros. Hoy, por ejemplo, utilizamos un libro hasta después de una hora y media. Antes de eso todo fue imaginación, y nada más. No necesitamos libros si queremos atrapar lectores. Antes debemos prepararlo, enamorarlo, encantarlo, después vendrá el libro. Y cuando de escribir se trate, hay que jugar también, romperle las costillas a la formalidad, a lo Julio Cortázar, el más grande cazador de lectores (yo sigo en sus redes).
Son diez años que merecen celebrarse, si, pero también lo otro. Ojalá y la EPCLE cumpla un siglo, y más. Nosotros nos dimos un adelanto con un sabroso Mondongo, que espero les haya gustado tanto como a mi.
Las fotos son cortesía de Gaby, Sandía (ahora se llama Paola, antes fue una fruta pero no se acordaba) y Flor (Valeria, quien igual tampoco se acordaba de su condición silvestre). Todo el crédito para ellas. Espero subir los vídeos después, cuando resuelva mis limitaciones técnicas (soy necio, lo resolveré).
Sin más, me despido de ustedes, por mejores lectores y escritores del mundo mundial.
Estimado Hugo!! muy buen día el de hoy creo que me dolieron los cachetes de tanta risa... En efecto para mi la mediación entre los procesos de lectura y escritura, no es nada mas que un echar a andar ideas en un laboratorio creativo y compartido...
ResponderEliminarHola Mariazul! Las ideas, las buenas ideas, no tienen éxito si no le importan a quienes las alientan. Y eso se siente, sobre todo al hacer acompañamiento lector. No basta con tener buenas ideas, deben de importarnos, porque si no nos importan a nosotros, menos le va a importar a los otros.
ResponderEliminarPor cierto, descubrí que a vos si te importa, y eso me hizo el día.
Abrazos!