El día de ayer jueves 14 de julio, estuvimos dando de gorgoritos en la Feria de Santa Margarita, con un par de actividades para niños, invitados por el Centro Estatal de Lengua, Arte y Literatura Indígena, y formar parte de las actividades artísticas y culturales organizadas por la casa de la Cultura, a cargo de la compañera Fabiola Escandón, y de sus maestros, quienes fueron vitales para sacar adelante las actividades.
¿Y qué nos correspondía hacer? Pues la exposición del Kamishibai, y la construcción de uno, con materiales de reuso, que en este caso fue el cartón. Antes de entrar en los trajines kamishibacheros, realizamos una actividad aprendida en El Ingenio, con Javier Sáes Castán, donde a partir de una hoja en blanco se puede construir una historia, con escenarios y personajes insospechados.
Había entre los asistentes, chicos de cinco a doce años, pero no fue impedimento. Al contrario, fue una experiencia distinta al ver cómo cada uno construía sus historias. Resultaron cinco equipos de cinco integrantes (uno de ellos tenía más de ocho, pero eran los más peques), aproximadamente. De las hojas nacieron perros, monstruos, sombreros, flechas, aviones, gallinas, nieve, entre otras linduras, que sirvieron para alimentar a las historias que después cada equipo expuso.
La actividad tuvo como fin predisponer a los chicos a la posibilidad de contar historias a través de dibujos, con una secuencia que nos permitiera saber la trama. Fue una actividad que por fortuna gustó, y los preparó para escuchar lo que esa mañana tenía preparado para contarles: la aventura de los molinos de viento.
Les presenté el Kamishibai. Les conté de manera breve su historia y después me despepité contándoles la extraordinaria aventura vivida por el Quijote y su fiel escudero, su vecino Sancho Panza. Público conocedor, se contentó con cada escena (y varios adultos también, que curiosos venían a ver qué era lo que tenía entretenido a los chamacos) y disfruto la historia así, sin más análisis sesudos ni datos bibliográficos: la historia llana, lo que me aventura a decir que posiblemente ayer hayamos ganado un par de lectores.
Al finalizar, la pregunta se hizo obligada: ¿Quién quiere tener un kamishibai propio? Todos dijeron que sí, y fue entonces que les expliqué la actividad que realizaríamos, y que además contaríamos una historia, la que quisiéramos. No necesariamente inspirada en un libro, podría ser sobre cualquier cosa. Los chicos dijeron que sí y... sín más, pusimos manos a la obra.
La actividad estaba planeada para 30 asistentes, pero fueron muchos más, de eso estoy seguro. Fue una actividad que integró a talleristas de casa de cultura, a padres de familia, ciudadanos que llegaron al parque (bastante bonito, por cierto) a disfrutar de la feria, y lo más importante, a chamacos de diferentes edades y estratos económicos. En pocas palabras: un taller donde se dio la inclusión de manera natural.
Cada uno de ellos dibujó a su manera la historia que querían contarnos. Lo hicieron sin prejuicios, sin oponer ninguna resistencia como la de pretextar que no sabían dibujar o que no sabían pintar o que no sabían historias. Fue un público muy noble y participativo.
Una vez terminados los dibujos, fueron por su material de carton, previamente cortado por los compañeros de casa de cultura, y se les fue indicando la manera en la que debían armar su teatrino. Es tan elemental y sencilla la construcción de un kamishibai de cartón, que los niños más pequeños necesitaron poca o nada de asistencia por parte mía, que no fuera la de ayudarles a tener más resistol, si acaso.
Reciclar es reusar, y el cartón con el pegamento se llevan de maravilla para tal fin, por lo que cada uno de los kamishibai fue cobrando forma de manera casi inmediata. Llegó un momento donde adultos y chicos estaban enfrascados mejorando sus teatrinos con ideas de verdad ingeniosas, que me enseñaron nuevas maneras para aplicar en otra ocasión. En pocas palabras lo diría así: la calidad no está peleada con la belleza.
Cada uno de ellos terminó con un kamishibai de cartón y una historia qué contar en él. Estaban contentos porque (estoy casi seguro) habían construido desde cero, un teatrino para contar lo que quiseran. Son kamishibais de materiales sencillos, pero de un gran valor. Y se cumple aquello de que no importa el juguete, sino el juego.
La imaginación es tan poderosa, y la de los niños muchos más, que ahora mismo, varios de ellos deben de estar mejorando el modelo construido, o construyento otro igual o más grande, para contar lo que quieran. LO LEO Y NO LO CREO, se estrenó, sin quererlo, con gran éxito. Estamos buscando lectores, y en Las Margaritas encontramos a muchos.
MI amigo Zopi se hubiera divertido bastante, pero ya habrá otra ocasión. Porque les cuento que LO LEO Y NO LO CREO, es una actividad conjunta entre "yo mero maromero" y el Ray Zopilote. ¿Y de qué trata? De contarnos y de compartirnos historias.
El día de ayer no sólo estrenamos LO LEO Y NO LO CREO, sino que además rompimos todos los records del mundo mundial. Cuatro horas de pura felicidad compartida, incluyente y alivianada. Y parafraseando a don Alonso Quijano, diría que "si esto hacemos en seco, qué no haremos en mojado".
Las maneras de acercar a los chicos a las historias, a los libros, al arte y a la ciencia, son varias y variadas. Nosotros proponemos estas, sencillas y baratas, donde los niños con sus ganas, su imaginación y su naturaleza, hacen el resto.
Estamos buscando lectores, escuchadores, dibujadores, contadores, felicidores, escribidores, imaginadores, y demás ores ores ores, jejeje... para seguir en la construcción de un mundo, otro... Por mejores lectores.
ACÁ MÁS Y MÁS FOTOS!
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