El día de hoy martes 20 de febrero, asistí a una cita agendada con semanas de antelación. La propuesta de un taller de lectura y escritura con más de treinta profesores fue desde antes una idea que me atrajo bastante. Digamos que no es lo mismo pero es igual.
El Doctor Efraín Corzo (supervisor) estuvo antes en otro encuentro realizado en el Centro de maestros, convocado por el maestro Luis Fernando Maza Niño, donde charlamos sobre las buenas ideas y lo que pueden llegar a desencadenar entre los alumnos, si nos importa de verdad.
¿Y qué compartir, cuando se tiene enfrente a tantos maestros con experiencia y años de servicio, a prueba de fuego? Pues con ejercicios donde el juego es el principal protagonista, buscando resignificar el ejercicio de la lectura y de la escritura en "las alumnos y los alumnas".
En esencia debemos de ser "cazadores" de lectoescritores. Pero eso no se logra si no se conoce el terreno que se pisa, los gustos que mueven a "las chicos y los chicas", lo que les interesa. Rulfo, Arreola, Castellanos, Sabines, entre otros escritores, son excelentes opciones, pero antes debe existir un encantamiento, un señuelo que propicie ese encuentro.
Les conté de los muchos nombres que me habitan, que son principalmente personajes de libros, pero también de revistas, películas, fotos, música, además de otras lecturas que involucran el tacto, el gusto y el olfato. Para atrapar lectores hay que explorar, y una vez hecho lo propio, utilizar las herramientas necesarias para lograr el encantamiento deseado.
Los programas de estudio están bien estructurados, y tienen el andamiaje requerido por la academia. Lo que no hemos incorporado es lo otro, la parte informal que nos ayude a detonar lo requerido en los programas, ya sea por falta de tiempo, de hábito, o de intuición. Recordamos, por ejemplo, el popular "Chismógrafo". No se compara en lo absoluto con feisbuc, guasap o tuiter.
Nos ejercitamos de inmediato en la escritura (después de haberles contado de Ulíses y el Cíclope) con una actividad denominada "Abrapalabra". Después charlamos sobre las metáforas ("Lector que nace torcido, jamás su lectura endereza"), que bien podrían adornar -por decir algo- las paredes de las bibliotecas. Las metáforas son esenciales en el aprendizaje.
También construimos nuestro "Currículo de colores", que es una manera de motivar o propiciar la escritura, partiendo del mejor tema que podamos tener: nosotros mismos. También hicimos nubes, que después se transformaron en historias con personajes tan distintos entre sí, pero motivados por una trama que resultó divertida. No lo digo por decir; pueden preguntarle a ellos.
Jugamos ¡Basta!, que es una manera divertida y velada de potenciar las lecturas (donde se involucran los cinco sentidos) que tenemos como individuos, nos lleva a cuidar la ortografía y a recordar juegos y juguetes (el verdadero punto que ponderamos en nuestros quehacer de acompañamiento lectoescritor). Una dinámica que más de uno jugó en la escuela, y que puede servir para fines superiores.
También jugamos Mondongo, con el mismo propósito de alentar la escritura, asistirnos de nuestra cultura general y aprender ortografía de manera discreta y divertida. Y se nos quedaron más cosas en el tintero, pero con tres horas por delante poco podía hacer para robarle tiempo al tiempo.
¿Y qué quedó de todo eso? Pues el juego. Jugar y jugar y jugar. Hablamos de que "los alumnas y las alumnos" de hoy, necesitan maestros de hoy, escuelas de hoy, dinámicas de hoy. Además, debemos de iniciar cada clase contando una historia, y no necesariamente en la clase de Español, sino en todas las demás materias.
He de decir que hubo más profesores jóvenes que veteranos. Aun así siento el deseo de volver a compartir el juramento docente (compuesto de diez puntos) propuesto por Pablo Boullosa. Alguno de ellos puede que encuentre eco en sus corazones. Acá el juramento:
Juramento docente
• Juro por aquello que me parece más sagrado, y por todos los maestros vivos y muertos, tomándolos como testigos, cumplir las siguientes promesas:
• En el ejercicio de mi profesión consideraré, antes que nada, la educación de mis alumnos. No le antepondré ni los intereses de mis jefes, ni los de las autoridades educativas, ni los de mi sindicato, ni los de mi iglesia, ni ningún otro.
• Usaré todos mis conocimientos en beneficio de mis alumnos. Ampliaré mis conocimientos constantemente, sin conformarme jamás con lo que ya conozca, y sin asumir jamás haber llegado al pináculo de lo que puedo saber. El arte es largo: nunca dejaré de leer y prepararme.
• Tendré grandes expectativas respecto al desempeño de mis estudiantes. Los ayudaré a hacer más amplio su mundo y a expandir sus posibilidades. Los haré esforzarse, para que logren más de lo que ellos mismos suponían posible.
• Cuando entre a un salón de clases, lo haré siempre para bien de los estudiantes; jamás les haré daño, y procuraré no cometer injusticias con ellos. Les trataré con respeto y elogiaré sus esfuerzos.
• Me apartaré de toda corrupción y de todo abuso de poder. Seré digno de la confianza de los estudiantes y de sus padres. Me comportaré de forma ecuánime y procuraré mantener el control sobre mí mismo, para proceder como sea mejor para mis alumnos.
• Procuraré dar siempre un buen ejemplo a todos los niños y jóvenes, incluso si no son mis alumnos. Me abstendré de elogiar todo vicio y toda violencia.
• Reconozco que la principal variable en mi salón de clases, y la que más fácilmente puedo controlar, soy yo mismo. Debo ser capaz de planear mis clases y de reflexionar críticamente sobre mi desempeño como maestro, y debo estar siempre dispuesto a mejorar en beneficio de mis estudiantes.
• No transmitiré rencor, desesperanza, ni rabia inútil a mis alumnos. Si llegase el día en que esté convencido de que lo que hago no tiene sentido, o de que ya no puedo hacer bien mi trabajo, me apartaré de la enseñanza y dejaré que otros ocupen mi lugar.
• Si este juramento lo cumplo, viva yo feliz, recoja los frutos de mi arte y sea respetado por todos y recordado por muchos en el futuro. Pero si lo transgredo y cometo perjurio, que me suceda lo contrario.
En una próxima entrada compartiré los textos que tuvieron a bien escribir para el ejercicio creado por Luis María Pescetti, en su mundialmente desconocido libro titulado "Nadie te creería". También propuse consultar "Gramática de la fantasía", de Gianni Rodari. Tres horas apenas y alcanzaron, pero de algo fui testigo: se divirtieron y se la pasaron bien mientras duró nuestro encuentro.
Estoy seguro de que pronto nos hallaremos de nuevo, por mejores lectores y escritores.