Cerca de unas merecidas vacaciones (eso quiero creer), Mi amiga Marisol Solís me invitó a participar en una experiencia por demás distinta. No es la primera vez que hago esto, ya lo hice el pasado mes de julio, igualmente invitado por Marisol. Cada experiencia ha sido distinta, aunque en esencia resulta semejante.
Esa mañana fueron veinte los chicos a quienes les compartí cuatro ejercicios para conocernos y experimentar, en la medida de lo posible, los alcances que tiene el pensar en varios niveles, en perspectivas fuera de lo común, en saberse ligados a un pasado glorioso, y en entender que cuando algo nos importa debe de ser hasta el final, y que si no nos importa a nosotros, menos a los demás.
Los muchachos fueron extraordinarios. De a poco nos fuimos acoplando y miren que esto puede resultar algo complicado, si les cuento que algunos de los muchachos no lo eran tanto. Hubo niños y niñas de siete, hasta chicos y chicas de 17 años. ¿Se imaginan la circunstancias? La experiencia para mí confirmó la plasticidad de los ejercicios elegidos.
Reflexionamos sobre ser mexicano, luego dibujamos un elefante, para descubrir que tenemos distintas perspectivas de una misma cosa, y que debemos de ejercitar sus diferentes ángulos. Después jugamos Basta, donde ejercitamos el conocimiento de palabras, y su manera correcta de escribirlas. Lo anterior de forma individual.
Después jugamos Mondongo, que es un ejercicio por equipos, los cuales se integraron de manera aleatoria, no importando la edad. Este ejercicio resultó ser también una experiencia agradable para los muchachos, lo que confirma que la mejor manera de aprender es jugando.
Y la confirmación de eso fue la carrera de autos construidos por ellos mismos desde sus piezas más básicas, para competir en una carrera que siempre resulta emocionante, por la incertidumbre de saber si funcionaran los autos, igual como funcionaron en los ensayos previos.
Hubiera querido que los equipos que integraron el Mondongo hubiesen sido los que armaran los vehículos de carreras, pero no fue así. Y no es por otra cosa más que la de empoderar de verdad a los chicos, explorando, experimentando y aprendiendo unos de otros, donde convivieran niños de siete a diecisiete años. Uno jalando al otro. Ya habrá la oportunidad para ello.
En el recuento repasamos lo experimentado esa mañana, que se nos fue como agua entre los dedos, más de tres horas cotorreando, aprendiendo sin sentirlo, quedando la buena experiencia entre nosotros, tanto, que uno de ellos dijo -espontáneamente- que era la primera vez que no se aburría en un taller.
Eso para mí fue un halago. Y con este comentario me despido de esta entrada, y de los talleres que dimos a lo largo del año de 2017. Fueron más de mil corazones entre maestros y alumnos a quienes tuve la oportunidad de compartirles también mi corazón.
Estamos a quince días de terminar el año, y para todos a quienes compartieron conmigo su tiempo de vida, gracias. No sé decir más para ellos. Y para mis cómplices también gracias (Blanca Ruth Esponda, Ray Zopilote, Ramón Martínez Mancilla, Elizabeth Montoya, Hervin Posada, Teresita de Jesús, Haide Zúñiga, Toño Quijote, Dani Ombligo, Jesús "Matatena", Nico Avendaño, Luis Fernando Maza, Leonor Hernández, Selene Álvarez, Fernando Trejo, y muchos amigos (y profesores) más.
Por mejores rumbos...
(y el resto de las fotos, cortesía de Marisol Solís)