Proyecto de
fomento a la lectura: LEES O TE MADREO
Nombre: El
Haragán Ramírez
Desempeño
Profesional: Ex Luchador de la Triple T
Trabajo
actual: Acompañante de lectura y escritura
Este
personaje emerge de las filas del “pancracio”. En un primer momento estuvo
seguro de abrazar la profesión de luchador, impulsado por su espíritu de
mexicano aguerrido y luchón, aunque el éxito de su empresa dependió mucho de un
pequeño defecto, un desperfecto heredado vayan ustedes a saber por quién y en dónde:
ser un perfecto haragán.
Este detalle resultó un
inconveniente a la hora de ejercitarse en el gimnasio, además de los duros
entrenamientos y peores friegas arriba del cuadrilátero, se vio en la necesidad
de evadir, con el ingenio característico de quien se precie haragán, las
esforzadas rutinas de acondicionamiento físico y la práctica del arte de la
lucha.
Supo que ser luchador requería de un
esfuerzo, tanto de tiempo como de espacio, así que decidió argumentar a don
Lucho, entrenador y representante, su necesidad por aprender la teoría sobre la
lucha libre, llaves y contra llaves, lucha en dúo, trío y campales, además de
la necesidad por estudiar un poco sobre su historia, orígenes y máximos
representantes. Don Lucho, atribulado por la palabrería del entonces joven
aspirante a ídolo, aceptó la propuesta, y de una buena vez, -y antes de que se
le ocurriera bautizarse a sí mismo-, le anunció su nombre, elegido por mayoría en
el gimnasio: El Haragán Ramírez.
Pero
dejemos que sea él mismo quien nos relate su historia. El siguiente testimonio
fue registrado por una estudiante universitaria, de quien se omite el nombre.
La entrevista se realizó en algún lugar de una Biblioteca Pública, en el marco
del Día Internacional del Libro, un 23 de abril.
“En
la lucha somos intemporales, casi dioses…
―¿Puede decirnos su nombre?
―El Haragán Ramírez.
―No el de luchador, su nombre de pila…
―Lo siento, no
puedo revelar mi nombre…
―Bien, señor Haragán Ramírez… ¿No querrá usted
decir “Huracán Ramírez”?
―No señorita,
es Haragán… mis colegas luchadores decidieron ponérmelo como sobrenombre de
batalla.
―¿Y por qué?
―¿Porqué qué?
―Sí, ¿por qué ese nombre? Haragán no es un
apelativo que impacte dentro de la Lucha Libre...
―Tiene una
pequeña historia. Le cuento… De niño siempre admiré la valentía y estilo del
Huracán Ramírez, a la hora de enfrentar al Blu o al Santo… y también a rudos de
la talla del Cavernario Galindo y el Doctor Wagner, entre otros… cada vez que
una avioneta sobrevolaba la ciudad, arrojando programas que caían a montones,
yo levantaba los que podía buscando, al Huracán.
―¿Y qué decían esos papeles?
―Anunciaban la cartelera que se presentaría
en el Coliseo. Mientras la mayoría buscaba el nombre del Hijo del Santo, el
Blu... o rudos como el Mochocota, Perro Aguayo o Dr. Wargner... entonces
sacábamos nuestras máscaras semi destruidas, y ahí mismo nos transformábamos…
¡hasta imaginábamos el grito del respetable coreando unos nombres y abucheando
otros!
―¿De qué barrio estamos hablando?
―Del Barrio
del Niñito de Atocha... En esa época era el límite de la ciudad y el comienzo
de rancherías…
―¿Y asistía a las luchas en la Coliseo?
―No, no tenía dinero,
pero créame, no era necesario, en la banqueta de la tortillería del barrio,
bastante amplia, ejecutamos tijeras, quebradoras, hurracarranas y topes
voladores, igual o mejor que los verdaderos ídolos…
―¿Qué ídolos?
―El Santo, el Cavernario, el Blu, el Mil…
los ídolos, eso quería yo ser al final de una tarde de juegos… un ídolo… ser
portada en los periódicos, luego hacer películas y aparecer en el álbum de
luchas; ser la estampita más deseada, la más complicada de hallar, porque eran
las de los meros meros…
―¿Y llegó a cumplir su sueño?
―A medias…
creo…
―Pues déjeme decirle que con su gran estatura, su
físico y esa máscara, parece usted un luchador profesional. Hasta juraría que
lo he visto luchar en alguna ocasión.
―¡Lo soy!... o
lo fui… es decir… cuando llegué a la adolescencia me fui a meter a un gimnasio
hecho de tablas, pero con un cuadrilátero profesional, donde entrenaban
luchadores locales de prestigio, compas que abrían las luchas estelares de los
grandes ídolos… Y también algunos novatos, quienes éramos carne de cañón, y
terminábamos haciendo méritos levantando toallas, barriendo el local,
asistiendo a los titulares, y esperando a que se fueran para hacer, ahora sí
que “nuestra lucha”, y fue Don Lucho quien me “descubrió”…
―¿Don Lucho era el entrenador? Y otra pregunta…
¿Cómo lo “descubrió? ¿A que se refiere con eso?
―Sí, era el
entrenador y representante…y el dueño del lugar… él me descubrió…
―Comprendo…
le vio madera para las llaves y topes voladores…
―No, me
descubrió durmiendo entre los costales de boxeo…
―¿Durmiendo?
―Sí señorita,
es que desde que nací fui muy dormilón… y nunca me gustó traer y llevar
mandados ni las labores de la casa… prefería irme al campo y ensayar patadas
voladoras contra los árboles de capulín…
―…Que interesante… ¿Y qué le dijo Don Lucho
cuando lo “descubrió”?
―¡Que no me
dijo! Inútil, holgazán, flojo…
―…Haragán…
―¿Eh?
―¡Perdón!… quise decir que tal vez de ahí nació
el mote que ahora lo distingue, señor Ramírez…
―Déjeme le
sigo contando… Como no me gustaba hacer labores de limpieza en el gimnasio, y
tampoco me estaba gustando ser al que le aplicaran a cada rato las nuevas
llaves y contrallaves, más la friega del ejercicio con las pesas, un día le
propuse a Don Lucho me dejara estudiar temas referentes a la Lucha, y aunque no
lo vi muy convencido, me dio chance de ir a la biblioteca municipal, con el
compromiso de hacerle saber sobre mis descubrimientos en la materia.
―¿Y por qué no estaba tan convencido, según
usted?
―Porque Don Lucho era “ojo de paga” y un
luchador, profesional o novato, le representaba tener completa la cartelera, y
por consecuencia, tener función todos los domingos, pero como vio que yo no
quería irme, y además no le costaría dinero mis ideas, quizá confió en sacar
ganancias más adelante… pero eso ya no lo pudo ver…
―¿Podría
seguir contando de su propuesta de ir a la biblioteca?
―Al otro día me fui enmascarado a la
biblioteca, y me acerque al mostrador, donde un joven relamido me quedó viendo,
serio, y me preguntó si podía ayudarme. Le dije entonces que buscaba un libro
sobre luchas. Me pidió la clasificación del libro... yo me quedé “de a seis”…
“¿Clasificación?... Sí”, insistió. Confundido, iba a retirarme del lugar cuando
una chica de la biblioteca me pidió le acompañara hasta una especie de gabinete,
de donde sacó una pequeña charola llena de papelitos. Ahí está la letra “L”,
ahí hallará lo que busca…
―… El Archivero…
―¡El sereno si
usted quiere!, pero para mi fue un desastre… había libros sobre lucha de
clases, castas, micro bacteriológicas, sociales, agrarias, estudiantiles,
mitológicas, mercantiles, intestinas, de estrategia, ajedrecísticas, épicas,
cívicas, y párele de contar…
―¿No había libros de lucha deportiva?
―No, lo más
cercano, y luego de casi una hora de búsqueda, fue “Lucha Griega y Romana: una
breve historía”.
―Señor Ramírez…
―Haragán
Ramírez, por favor…
―Corrijo, Señor Haragán Ramírez ¿Había ido antes
a una biblioteca, o era la primera vez?
―Había ido a
la misma biblioteca muchos años atrás, en una visita escolar, pero ni atención
puse, y la verdad, le confieso que soy bastante distraído… tanto, que dejé un
tiempo la escuela…
―…Haragán…
―¡No insulte,
señorita!
―¡No lo insulto, es su nombre de lucha!… señor
Haragán… Ramírez… ¿qué aprendió usted ese día?
―Primero, a no
apretar tanto el cordel de la máscara, porque la tenía empapada de sudor y era
bastante incómodo; segundo, que uno puede andar sin máscara siempre y cuando
sea uno discreto; y tercera, una palabra que luego de repetirla en el gimnasio,
llegó a oídos de un reportero local y se la apropió, y creo se usa hasta el día
de hoy…
―¿Qué palabra es?
―Pancracio.
―¿Es el nombre de un luchador de la Antigüedad?
―No señorita,
es como se nombraba a la lucha entre los griegos… no ha escuchado usted en la
tele “¡Los ídolos del Pancracio!”…
―No…
―Pues esa
palabra es la que usan, y muchos sin saber, y bueno, yo me puse a leer más al
respecto y, sin darme cuenta, ya había leído muchas hojas relativas al tema… y
no es que hubiera leído mucho, sino que hacía pausas… me imaginaba esa época, y
en mi mente se recreaba el calor del lugar, la gente eufórica, los luchadores
hechos un manojo de nervios por agradar al respetable y a los dioses…
―¿Igual a una película?
―Si, señorita,
como en una película… y ahí estaba embobado mirando los dibujos de vasijas
antiguas, reflexionando el porqué antes no usaban máscaras, y además, luchaban
desnudos…
―…que interesante…
―Luego del Pancracio, vino otra palabra: El
Pancrasiastes, luego rollos etimológicos y nombres de dioses y combatientes,
semidioses, algo totalmente distinto a lo que me habían enseñado en el
catecismo…
―¿Y cuándo decidió usted realizar el Fomento
de la Lectura en bibliotecas?... ¿O Luchaba y hacía trabajo de promoción?
Cuéntenos…
―Pues yo no sabía que lo que comencé a hacer
en la biblioteca de mi barrio tenía un nombre, menos que por hacer eso me
darían más y más libros y que me llevarían a viajar por varios estados de la
república…incluso viajo más como promotor de la lectura que como luchador…
―Eso es interesante, comenzar como luchador y
terminar hablando de libros… ¿Y por qué no ser un promotor de la lectura con su
verdadera identidad?
―Ya ni recuerdo, lo que sí recuerdo es
cuando me preguntaron, en Guadalajara, cuál era el nombre que le pondría a mi
proyecto de Fomento a la Lectura, y yo respondí sin dudar: ¡Lees o te madreo!
―¡Que fuerte!... ¿Y se lo aceptaron?
―No solo eso, ¡hasta me lo celebraron!
―¿Y por qué ese nombre?
―Pues más que idea fue un recurso… o mejor
dicho, a falta de recursos… o agotados los recursos para la promoción de la
lectura, me vi orillado a pensar en mis opciones, y encontré que aún no se
intentaba lo que a mí me funcionó tan bien en mi crecimiento personal y como
luchador.
―Pero más que un recurso suena a una
agresión… una grosería… ¿No cree usted?
―Puede ser, si atendemos a la palabra
Madrear como golpear o arruinar algo, pero, señorita, en mi caso es solo una
advertencia, una amenaza si usted quiere, pero es de dientes para afuera,
aunque estoy listo para darme de costalazos con quien sea… pero lo cierto es
que funciona solo como un pretexto para decirle a los oyentes que sí es posible
aprender leyendo, yo soy el vivo ejemplo de que no solo a golpes es como
entiende uno…
―Siento curiosidad por conocer su método de
Fomento de la Lectura… ¿En qué se sustenta?
―En mi propia experiencia lectora, y en los
cursos de capacitación del PNSL; nada más.
―¿Hace usted recomendaciones de lecturas?...
¿Cómo decide qué si y qué no leer?
―Yo no decido qué NO leer… eso sería una
barbaridad, soy luchador y si usted quiere un salvaje, pero no de ese tamaño…
―Cuéntenos entonces, por favor…
―Yo recomiendo lecturas que a mí me gustan,
nada más. Antes de comenzar una charla sobre Fomento a la lectura y la
escritura, les leo sus “derechos”…
―¿Cómo los derechos que lee la policía a los
detenidos?
―Algo así…
―¿Y cuáles son esos “derechos”?
―Pues son varios y variados, pero el primero
y fundamentales el siguiente: El derecho a No Leer… y tienen derecho a
retirarse en ese momento si así lo desean…
―Pero… ¿no corre el riesgo de quedarse sin
escuchas?
―Pues sí, pero es mejor tres o dos… o uno,
interesado, que treinta o cincuenta sin interés alguno, porque el mensaje que
se lleva no se recibe bien, y puede ser
contraproducente, alejando a los potenciales lectores…
―¿Por qué los
alejaría?
―Por ser estos mal entendidos… algo
obligado, y eso no es verdad, a mí nadie me obligó, y lo que ahora sé, se lo
debo a las bibliotecas, a los libros y a la experiencia de otros en este trajín
de la promoción lectora…
―¿Y luego
de recomendar las lecturas… qué sigue?
―Pues
sigue lo que sigue... ¿o qué desea usted saber?
―Si solo
se lee o si también se escribe...
―Ah, ya...
disculpe, parece que hoy me apreté de más la máscara... pues no es solo leer,
sino escribir... desafortunadamente se tiene a estas dos actividades como
separadas, sin saber que son necesarias ambas, sin una no existiría la otra.
―¿Y como
vincula usted lectura y escritura?
―Uy
señorita, no tengo un método propio, es decir... no he desarrollado algo
personal, pero me apoyo en la experiencia de otros, y ahí le busco, de acuerdo
al público al que me encuentro.
―¿Que tipo
de público es su especialidad?
―¿Mi
fuerte?
―Veámoslo
así...
―Pues mi
fuerte son público mayor de edad... no es que no pueda con los niños, pero a
veces ellos me tienen miedo, ya sabe, por la máscara, pero si se da el caso, no
los abordo, dejo que ellos se acerquen a mí, y me pregunten lo que deseen...
―¿Algunas
preguntas que recuerde?
―Sí, ahí
está la de un niño de cinco años, quien me preguntó que si antes de que él
naciera, todos los demás éramos monos. Otro me preguntó si sabía de dónde
venían los niños.
―¿Y qué
respondió a esas preguntas?
―Al
primero le dije que sí, y que nuestro abuelo se llamó Australopitecus, luego
regresó con su mamá, quien me reclamó la confusión que había provocado en el
niño... no tuve tiempo de aclarar nada. Al segundo le respondí con una historia
del Popol Vuh, lo que nos llevó luego a charlar sobre la creación de las
cosas...
―Supongo
que la historia contada es el medio... ¿Cuál es el fin?
―Pues la
finalidad es la de estimular la imaginación, lo fantástico.
―¿Los
niños aportan ideas nuevas a los cuentos? ¿Son sesiones dinámicas?
―No sé eso
de dinámicas, pero sí sé que no son aburridas. Nos alejamos de los formalismos.
Hay que contar, inventar, esto a partir de una palabra clave, un detonante.
Ellos hacen el resto. Luego de contarlo lo dibujan, al final, si da tiempo, se
escribe, o queda el compromiso de escribirlo y enviarlo luego a mi correo
electrónico o postal. Guardo cuentos de todo tipo, muchos impensables en un
aula con la rigidez que dan los programas escolares. Y volviendo a los públicos
que prefiero, me gusta trabajar con adultos, porque ahí es donde está oculto,
agazapado, el niño que alguna vez fueron… despertarlo es un privilegio.
―¿Cuándo
lo veremos presentarse, en un escenario más abierto, donde puedan asistir
quienes lo deseen?
―Espero
pronto en una Biblioteca... será gratis, aclaro, pero no por ser gratis es algo
menor. Será con cupo limitado. Imagino la biblioteca a la que le interese mi
aportación, organizará la logística.
― ¿No tiene usted un espacio ya establecido?
―No… ando a salto de mata… la promoción de
los libros, curiosamente, no le interesa a quienes trabajan con libros…
―Muchas gracias, señor Haragán Ramírez.
―A usted…